
Tomó
una decisión valiente para aceptar la verdad salvaje, desorganizada, pringosa,
ruidosa y magnífica que es su familia.
La
casa de Stephanie se encontraba en un estado de caos. Nada estaba yendo según
lo previsto. Su hijo menor corría como loco con los zapatos desatados, la
camisa por fuera del pantalón y la salsa de los espaguetis por toda la cara.
Dos
perros ruidosos y excesivamente alborotados lo perseguían por fuera de la casa,
desesperados por conseguir la pelota con la que el niño estaba jugando.
Su
marido, preocupado por el trabajo, iba de una habitación a otra con el teléfono
pegado a la oreja, intentando evitar a su hijo mayor que se quejaba de que no
encontraba los zapatos y de que estaba perdiendo tiempo de estar con sus
amigos.
Mientras
una desesperada Stephanie volvía a echarse otra copa de vino, su hija giraba
como una peonza mientras su peinado sofisticado se convertía en un desastre.
Ese
día había sesión fotográfica en la casa. Durante los últimos cinco años los he
estado fotografiando para sus postales de Navidad, y sé que Stephanie aspira a
la perfección.
El
proceso comienza con la organización de la sesión que, debido a partidos de
fútbol, compromisos laborales y la inevitable e inesperada gripe, debe
aplazarse varias veces. Unos 36 mensajes más tarde, se fija una fecha.
A
continuación, Stephanie rastrea todo Internet, cruzando los dedos para
encontrar las medias con brillo ideales para su hija y conjuntarlas de forma
elegante con el jersey de punto trenzado de su hijo mayor. Las horas se
convierten en semanas, y la presión aumenta, pero finalmente la búsqueda
termina y el pedido llega. Después llega el momento de reservar hora (y
cambiarla) en la peluquería para todos.
El
día de la cita, Stephanie se prepara para una queja tras otra, que comenzarán
inevitablemente 20 minutos antes del primer corte de pelo y que terminarán
después de la última foto.
Cuando los
chicos eran más pequeños, Stephanie disfrutaba del proceso de diseñar y
producir la postal perfecta. Se hizo popular por sus creaciones gloriosas, y
cada año su familia y amigos esperaban con expectación cómo lo haría mejor que
el año anterior.
Conforme sus
hijos se hicieron mayores y la vida se convirtió en un caos, Stephanie sintió
que el deseo de producir postales de Navidad dignas de Pinterest se esfumaba.
En algún momento, la felicidad se convirtió en estrés y ansiedad. Cuando llegué
a su casa para la sesión de este año, estaba en estado de desesperación.
“Solo
apareceré yo este año”, suspiró.
“No es broma.
La postal de Navidad de este año será con una foto en la que solo aparezca yo”.
Mientras echaba un vistazo a la anarquía de su alrededor, anunció: “Se ha
vuelto demasiado difícil producir la perfecta foto de familia, así que me
rindo. Les he dicho que se pueden poner lo que quieran, y que si no quieren
aparecer en la foto, está bien también”.
Lo
decía completamente en serio.
Nos sentamos
en las escaleras del porche y compartió su revelación conmigo. Había comenzado
el día con grandes esperanzas, pero después a su marido le había surgido algo
en el trabajo y sus hijos llegaban tarde de la escuela. Esto hizo que Stephanie
contara exactamente con 34 minutos para tratar con tres niños testarudos que no
querían vestirse con lo que su madre les había preparado, ni tampoco peinarse,
dos perros que no paraban de ladrar y un marido pegado al teléfono.
En medio de
esta vorágine, Stephanie se sirvió una copa generosa de pinot negro y se apoyó
en el marco de la puerta para esperar mi llegada. Encontró la respuesta cuando
se paró a pensar en la locura a su alrededor: podía seguir presionando a su
familia o darse por vencida en ese momento y disfrutar de su familia tal como
era.
Al
entenderlo, pudo dejar atrás el pasado e idear una nueva postal de Navidad.
Juntos logramos elaborar un nuevo concepto. La postal de este año celebraría el
caos y las imperfecciones inherentes a la vida familiar.
Las
fotografías resultantes capturaron a la familia Buhalis en su estado natural,
con perros que ladran, pelotas, llamadas telefónicas y Stephanie brindando con
una copa de vino por un desastre caótico y maravilloso.
Cuando
miro las fotos, veo a una familia que está viva. Veo un amor incontrolable de
una madre mientras lucha por disfrutar del alboroto. Veo una familia que vive
con intensidad y una madre que encuentra el humor en los momentos
desorganizados que conforman nuestra vida. Pero, sobre todo, veo magia en el
caos, una magia que normalmente desaparece al editar las fotografías.
En cierta
medida todos somos Stephanie. Cultivamos con esmero la imagen que proyectamos
al mundo exterior de nuestra vida y, al hacerlo, perdemos la verdad por la
competencia. Al comparar de forma constante nuestra familia y nosotros mismos
con lo que otros dicen que es perfección, perdemos la capacidad para redefinir
lo que para nosotros significa la perfección. Para darnos cuenta de que la
perfección es maleable. Estamos demasiado ocupados para encontrar belleza en
nuestro caos porque mentalmente vivimos dos pasos más adelante, diseñando cómo
presentamos nuestra familia al mundo. Lo que no somos capaces de entender es
que todo el mundo a nuestro alrededor está haciendo exactamente lo mismo.
Nuestra percepción de la vida se vuelve sesgada, una
versión retocada de nosotros mismos. Este año, Stephanie tomó una decisión
valiente al aceptar la verdad. La verdad salvaje, desorganizada, pringosa,
ruidosa y
magnífica que es su familia.
La postal de este año será la más gloriosa hasta la
fecha.
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