Pienso
en algo que sea realmente importante. ¿Cuál es mi prioridad para este nuevo
año? ¿Qué acento pongo?
Me
detengo ante el nuevo año que inició con la bendición de Dios: El
Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su
favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz. Así invocarán mi nombre
sobre los israelitas, y yo los bendeciré.
Esta
bendición me levanta al comenzar este nuevo año. Lo miro con optimismo. Lo miro
con alegría. Miro a María que viene a mí a sostener mi vida. Ella me ayuda a
crear un mundo nuevo. Es Reina de la paz. Me enseña a vivir con paz.
En
palabras del P. Kentenich: Regresen a sus casas con la firme convicción
de que María nos quiere utilizar como instrumentos para generar un mundo nuevo,
para guiar a la Iglesia a la ribera novísima de los tiempos. Porque a ella, la
Madre, le debemos que, a pesar de continuos fracasos, hayamos tenido siempre el
coraje de volver a aspirar a las cumbres.
De
la mano de María soy capaz de mirar más alto. Veo las cumbres y los altos
ideales que encienden mi alma. Quiero que Ella me ayude a pasar por alto las
pequeñeces fijándome en lo realmente importante.
Hoy
me detengo ante María. Me arrodillo en el Santuario al comenzar un nuevo año.
Tengo miedos. Seguro que muchas incertidumbres. Tal vez dolores y quizás por
eso pienso que quiero que sea mejor el próximo año que el pasado. Porque me
duele el alma. Por la pérdida. Por la enfermedad. Por el fracaso.
Pero al mismo
tiempo noto la mirada de Dios sobre mi vida, la mirada de María. Me sostienen,
me levantan, me bendicen. Lo vuelven a hacer. Vuelven a creer en mí después de
tantas decepciones.
Recuerdo cómo
comencé el año que ha terminado lleno de buenas intenciones y sabios
propósitos. He visto cómo he dejado de lado aquello que al comienzo del año se
había convertido en necesario. ¿Por qué fallo tanto en lo que me propongo? Los
propósitos fallidos me desaniman.
Leía hace
poco: Me contó: – Es que parece que con
el año nuevo todo el mundo tiene proyectos, enero es el mes de los propósitos y
luego pasa lo que pasa. Entre bromas quedamos que para ayudarles íbamos a
establecer febrero como el mes de la constancia, marzo el de la renovación de
los propósitos, abril el de la continuidad, mayo el de la actualización de las
intenciones y junio el de la tenacidad. Así por lo menos llegaríamos hasta el
verano.
Esa
mentalidad me parece más positiva. Por eso lo vuelvo a intentar ahora. Y lo
miro así: El inicio del éxito de
cualquier propósito es saber que en realidad podemos. El hecho de vivir hace
que el acierto y la felicidad, sean posibles.
Me
motiva pensar que yo puedo hacerlo si lo que deseo lo emprendo con un corazón
abierto y valiente. Una persona rezaba: A
veces hago propósitos partiendo de lo que soy o de cómo estoy. Y de repente
surgen estos sentimientos de desánimo que me desmontan mi plan de acción. Y me
desmorono. Lo peor es que no sé si son las dificultades propias del camino, o
eres Tú que me tocas el alma, para que cambie ese camino, ese plan, y aprenda a
abandonarme de otra forma. En ello
estoy, Señor. Me quedo aquí contigo. Alegre. Intentando hacerlo bien.
Intentando dejarme llenar de ti. Siguiendo mis propósitos de entrega en
concreto. Atenta a los síntomas de orgullo que tu espíritu me muestre.
Dios me
bendice. María me alienta con su mirada que no desvía de mi alma. No quiero que
sea como todos los años. Aunque sé que soy débil y el ideal está más lejos que
lo que alcanzo a realizar. Lo pienso de nuevo. Pienso en lo que quiero, en lo
que sueño.
Sí quiero
proponerme ser más santo, más de Dios, más humano, más misericordioso. Sí
quiero ser más libre, más auténtico, menos crítico, más positivo, menos
quejumbroso. Sí quiero salir de mí mismo, de mis miedos y manías. Sí quiero
vencer el pesimismo y abrirme a lo nuevo con un corazón de niño. Sí quiero
tener más coraje, porque creo que es una virtud que escasea y quiero ser
valiente.
No quiero
desanimarme ante la primera dificultad. Sí quiero saber que la vida me la da
Dios para que la aproveche, siendo feliz y haciendo felices a otros.
Pero
de nuevo, a medida que enumero mi lista de buenas intenciones, me parece todo
demasiado vago y general. ¿No me pasará de nuevo lo mismo al llegar diciembre?
¿No pensaré que sigo siendo el mismo, igual de mediocre, de tibio y poco santo?
No lo sé. No
quiero adoptar una postura negativa ante el futuro. Es verdad que mis miedos al
mirar el futuro me hacen temer lo peor. Pero yo creo que puedo hacer las cosas
nuevas. Día a día. Sin prisas. Pero siempre con Dios. Con sus manos. Con su
poder. Aunque mi dolor sea el de siempre. Y mi mediocridad conocida.
No pienso en
propósitos típicos, como adelgazar, hacer más deporte, o leer más libros. Eso
me parece un poco más de lo mismo. Pienso en algo que sea realmente importante.
¿Cuál es mi prioridad para este nuevo año? ¿Qué acento pongo? ¡Cuántas páginas
en blanco para que yo las escriba! Dios y yo. Tantas horas, días y meses. Todo
dispuesto para volver a empezar. Pienso
en lo que deseo, en lo que quiero. Me pongo manos a la obra. Vivo en Dios.
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