Sólo
a mi Dios le importa. Y Él, mejor que nadie, conoce lo que siento
Con
el paso del tiempo aprendo a valorar la vida. Aprendo cosas que
antes no sabía, sólo con el paso del tiempo. Tiene el tiempo la buena costumbre
de enseñar al alma lo que al nacer no sabe. La experiencia se guarda en el
recuerdo como un gran tesoro. La amaso como una fortuna y voy sacando de mis
años pasados lo que me sirve para el presente.
Escribe
Jorge Luis Borges: Después de un tiempo uno aprende la sutil diferencia
entre sostener una mano y encadenar un alma. Y uno empieza a aprender que los
besos no son contratos. Y los regalos no son promesas. Y uno empieza a aceptar
sus derrotas con la cabeza alta. Y los ojos abiertos. Con el tiempo comprendes
que apresurar las cosas o forzarlas a que pasen ocasionará que al final no sean
como esperabas. Con el tiempo te das cuenta de que en realidad lo mejor no era
el futuro, sino el momento que estabas viviendo justo en ese instante. Con el
tiempo verás que, aunque seas feliz con los que están a tu lado, añorarás
terriblemente a los que ayer estaban contigo y ahora se han marchado.
No
sé bien cuál es mi lista de aprendizaje. Esos nuevos valores que el tiempo me
ha ayudado a guardar bien dentro. Con el tiempo he aprendido que no todo lo
eficiente merece la pena. Y las prisas no traen nada nuevo. Con el tiempo sé
que lo que hoy no disfrute mañana lo echaré de menos.
Y si hoy no
amo bien a los que tengo cerca, quizás mañana se hayan ido, antes de que me dé
cuenta. Con el tiempo he aprendido a vivir el presente, a degustarlo, gota a
gota. Y aprendo a no pensar en lo que podía haber sido.
El tiempo me
ha enseñado que las cosas tienen el valor que yo les doy, ni más ni menos. Y
por eso me da miedo dejar de lado lo que de verdad importa. Las personas que me
importan, los lugares que amo, las vivencias que me llenan.
Con el tiempo
he aprendido a mirar la derrota y la victoria como aves de paso. No sé si lo he
aprendido, pero deseo aprenderlo. Los triunfos hoy están y mañana se han ido.
Igual que los fracasos. He aprendido a decir lo que pienso, lo que siento, para
no reprocharme más tarde no haberlo hecho a tiempo.
Con el tiempo
he aprendido a decir que no cuando es no y a mantenerme fiel en el sí, cuando
es sí lo que deseo. He decidido besar la verdad de mi vida, y despojarme de los
disfraces que protegen mi alma. A un lado arrojo las máscaras. Que no me dejan
ser verdadero.
Con el tiempo
me he puesto a picar el muro que cubre mis heridas. Para dejar que entre la
luz, el aire, y se cuele Dios por la rendija. Es verdad que me da miedo el
dolor, pero he aprendido que es más sano vivir abierto que vivir escondido.
Una
poesía dice así: Por haber amado tanto
me ha tocado a mí sufrir. Llorar cuando ya no tengo, sentir la ausencia en el
tiempo. Es duro el paso del tiempo, que cuanto más he amado, más sé que temo
perder. Será mi camino frío, en la ausencia de quien amo. Será mi vida un
desierto. Lo sé. Es tal vez por eso, sí, por eso, que temo tanto la muerte,
habiendo amado la vida.
Con el tiempo
he comprendido que amar merece la pena. Aunque me toque sufrir. Y que al final
del camino soy yo mi mejor compañía. Y no quiero estar todo el día huyendo de
mi verdad, de mi soledad, de mí mismo.
He decidido
por eso pintar en un cuadro el color de mi alma. Pongo vivos colores. No me
gustan los tonos grises. Alargo mis formas, al estilo del Greco. Pareceré más
alto, quizás más cerca del cielo.
Y dejaré a
mis pies una zarza ardiendo. Expresión del amor que no quiero que pase. De la
vida más honda que yo quiero vivir. De la pureza eterna que anhelan hoy mis
ojos. Pintaré mi vida como una sucesión de sueños. Enraizada mi alma en lo más
hondo de la tierra, gruesas raíces. Y anclada al mismo tiempo, no sé muy bien
cómo, en un mar verde y hondo.
Hoy, con el
paso del tiempo, aprendo que las melodías están grabadas en el alma para
siempre. No se olvidan. Nunca mueren. Y los temas principales de mi vida se
repiten cada día. Y no me asusto con mis lágrimas cuando vuelven. Sé que he
llorado mucho. Y me ha dolido la vida
Tal
vez por haber amado.
No me siento
seguro en mis risas. Pero me gusta reírme a carcajadas. Sé muy bien que muchas
alegrías son pasajeras. Tampoco importa. El paso del tiempo no sana las
heridas. Eso no. Al recordar el dolor quizás lo siento muy vivo.
Pero el paso
del tiempo me enseña que mi herida es la grieta de luz por la que entra la vida
y la esperanza. Y se cuelan los sueños y con ellos, Dios en mi alma. Aunque a
veces lo olvide. Cuando el dolor es hondo. Con el paso del tiempo quiero más a
mi Dios, que camina conmigo. Que es presencia muy viva en mi alma de una luz
que aviva mis colores. Una luz más fuerte que al comienzo del camino.
El paso del
tiempo cuenta. Lo he vivido. Aunque alguien me diga que no tienen valor los
años que acumulo. Me miran con desprecio al almacenar días. Mis canas me
delatan, mi torpeza, mi memoria, mi sabiduría, mis conocimientos.
Algunos no
los valoran. Los desprecian. Parece que ya no cuenta si soy o no más sabio.
Como si el valor por encima de todos los valores fuera el de no cumplir años,
el de no dejar nunca de ser joven. Me gustaría tener una vida entera abierta
ante mí como cuando era niño. Pero a la vez comprendo que es mucho mejor lo que
ahora veo, alzado sobre mis años.
Veo esa nueva
oportunidad para tomar decisiones. Ese nuevo comienzo
que
Dios me regala al darme la vida. Un nuevo día. Puedo decidir siempre de nuevo.
Puedo elegir un final feliz para mi historia.
Me gustaría
amar lo que ahora tengo, en lugar de vivir angustiado por lo que nunca ha sido.
Quiero purificar mi memoria, que el tiempo ha dejado herida. Se la entrego a mi
Dios para que calme mis ansias. Alegre mis penas. Llene de luz mis sombras.
No tengo
miedo a vivir. Porque ya he vivido mucho. No quiero tener más poder. Ni más
fama. Ni más gloria. No deseo cumplir las expectativas del mundo. Ni que todos
me quieran.
En la película The Greatest Showman. escucho: No hace falta que te quiera todo el mundo,
basta con unas pocas personas. Así quiero vivir. Me lo ha enseñado el
tiempo. Si no le gusta a alguien la forma como vivo. Ni aplaude mis palabras.
No temo. Sigo firme. No busco complacer. Sólo
a mi Dios le importa. Y Él, mejor que nadie, conoce lo que siento.
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