Si los Nini y algunos single mayores de 30 se
aprovechan de lo bien que se está en casa, es hora de mejorar la situación. A
raíz de la crisis económica de 2007, muchos hijos encontraron dificultades para
emprender el vuelo e independizarse. Lograr un trabajo después de graduarse en
la Universidad era impensable y había que optar por volver al circuito
académico para formarse mejor y destacar en alguna especialización con máster,
postgrados, otra carrera…
A
los no universitarios, la crisis de 2007 los ahogó mucho más. Se les venía el
mundo encima porque estalló la burbuja inmobiliaria en algunos países y ya no
se construía más. Desaparecieron los sueldos de operarios que hasta entonces
hacían que mucho adolescente no siguiera en la escuela porque como albañil o
fontanero podía cobrar lo mismo (o más) que un licenciado.
Al
comprobar que de 2007 en adelante ya no había demanda, el chico quedaba en casa
sin estudios ni trabajo. Así hace 10 años comenzó a coger fuerza un
fenómeno social y demográfico: los Nini.
Nini:
ni estudia ni trabaja
Los
Nini eran los jóvenes que entraban en la mayoría de edad y ni estudiaban ni
trabajaban. España ostenta el segundo lugar en un ránking europeo en el que
nadie quiere estar, el de país con mayor porcentaje de Ninis de toda
Europa: uno de cada 5 muchachos entre 15 y 29 años ni estudia ni
trabaja. Son el 23,2 por ciento de un sector que casi por entero
pertenece a la generación “millennial”. No tienen ni siquiera estudios de
Bachillerato y han cultivado poco las habilidades de la constancia, la
fortaleza, la reciedumbre…
Hijos
que viven a costa de uno sin necesidad, ¿peores que los Nini?
Pero
en este nuevo retrato familiar, asoma la cabeza un nuevo miembro: el del hijo
que ya ha superado los 30, que es single (eso no
significa que no vaya teniendo relaciones) y que tiene un trabajo
estable. Lo consiguió antes de la crisis y a pesar de cierta inseguridad en
el entorno, cree que lo conservará. En casa le solucionan las tareas
domésticas (plancha, lavado, secado, cocina, limpieza…) y él dispone
de una habitación propia y lo que en lenguaje inmobiliario se llama “servicios
comunes”: cuarto de estar con televisión, wifi, luz, gas, agua… Es un hijo que
se pega al hogar por lo fácil que lo tiene todo.
Si
algo define a este hijo es que en casa se encuentra como en ninguna parte, y
eso hace que no se plantee renunciar a tantas comodidades. Fuera, piensa, le
esperarían todas las tareas domésticas, las facturas… Así que vive con sus
padres y va ahorrando… para sus gastos, puesto que tampoco suele ser ahorrador: prefiere viajar y, en vista de lo
que ha ocurrido con los ahorros de sus padres tras la crisis, opta por “vivir
el momento”.
La directora
del Observatorio de Políticas
Familiares de la Universidad Internacional de Catalunya (UIC),
Consuelo León, explica que en estas circunstancias “estamos hablando de un
nuevo modelo de vida que no tiene mucho que ver con la solidaridad intergeneracional basada en
la ayuda mutua”. “En los últimos decenios ha crecido el número de ciudadanos
que conviven con personas de otra generación y lo hacen por un bien mutuo, ya
sea de logística, económico o de ayuda”.
Sin embargo,
el hecho de que un joven que ya debería haber entrado en la madurez perpetúe su
estancia en casa de sus padres sin ayudarles económicamente (cuando puede
hacerlo) puede implicar algunos riesgos, “sobre todo en el caso de que este
joven no siga los valores en los que le han querido educar sus padres”.
Esta
situación, según León, “es
consecuencia de la educación del niño”.
León
indica que hay dos aspectos a trabajar en la educación infantil: “Uno es el
refuerzo y otro las referencias. Hablamos de referencias cuando
nos referimos a la autoridad con que los padres se han presentado ante
el niño. Y decimos “refuerzo” a lo que podríamos
llamar el cariño que se recibe en casa y que hace que el niño
crezca en autoestima, sabiéndose amado y seguro”.
“¿Qué
ocurre cuando ha habido cariño (incluso mucho aparentemente) pero no se ha
ejercido la autoridad? Que los niños crecen y la consecuencia de esta
educación es una convivencia sin límites. Los padres ven entonces que la
casa familiar se desgobierna y que el hijo ya mayor se aprovecha de la
situación. Como no quieren perderlo, el dilema está en cómo hacer frente a lo
que no parece correcto en el hijo sin llegar a romper el diálogo”.
Dos
medidas drásticas:
Para
aquellos padres que viven esta realidad, la directora del Observatorio
de Políticas Familiares recomienda “establecer las referencias que no
se dieron en su momento”. Para ello, hay unas cuantas medidas que pueden
mejorar la convivencia:
- Determinar que el hijo se hace corresponsable de
los gastos de la casa. Conviene estudiar cuál puede ser su
aportación en función del gasto que genera y de los ingresos que percibe
en su trabajo.
- Concretar la logística de la casa. Qué
encargos le corresponden a él. Qué responsabilidades puede asumir que sean
compatibles con sus obligaciones externas y complementarias con respecto a
las que asume el resto de la familia (desde pasear el perro hasta llevar
cada noche la basura al contenedor o acompañar al abuelo al médico).
Llegar
a un acuerdo con un hijo que más que una habitación propia ya tiene derechos
adquiridos por costumbre puede ser costoso “pero no imposible”,
asegura León. La experta promueve que haya negociación: “Con el hijo -dice- hay
que determinar sobre todo dos cuestiones: la económica y las tareas a realizar
en la casa”.
En
el caso de que los padres teman no llegar a un acuerdo y que la postura del
hijo no sea abierta, León ve viable acudir a un tercero: “Puede ser un pariente
(hermano, primo mayor) o un experto que, con sentido común, medie entre ambas
partes”.
Un hijo Nini
que no tiene hábitos de trabajo es problemático, y un hijo que vive a
costa de los padres sin necesidad de hacerlo todavía más cuando en casa hay aún
hermanos en su etapa formativa. Dan mal ejemplo, generan conflicto… Sin
embargo, hay un argumento muy a favor de que él acepte seguir las normas cuando
los padres se lo propongan: es él quien voluntariamente decidió quedarse en
casa siendo mayor de edad y nadie le obligaba a hacerlo.
“A veces una
sola conversación pone las cosas en su sitio”, dice León. Nadie ha dicho que
este tipo de hijos sea poco inteligente. Así que juega tus cartas: tu
bienestar, tus recetas… “¡Es cuestión de fortaleza por parte de los padres”,
apostilla, “porque tarde o temprano hay que construir para arriba!”.
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