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sábado, 9 de diciembre de 2017

Navidad rima con unidad y con diversidad.

Este pasado fin de semana, mi mujer y yo disfrutamos de un tiempo de pareja en tierras extremeñas. Gracias a que mis suegros aceptaron quedarse con los niños, nosotros pudimos escaparnos un rato del agobio de Madrid y compartir juntos momentos que, de otra manera, se tornan complicados. El destino fue Trujillo, ciudad monumental y la segunda más visitada de toda Extremadura. Imperdible. Pero también aprovechamos para visitar Cáceres, ciudad Patrimonio de la Humanidad. Imperdible también.
Caminando por el casco antiguo de Cáceres, nos encontramos con la Iglesia de S. Francisco Javier, un templo imponente, que llena de blanco el empedrado y señorial entorno. Decidimos entrar y visitarla y nos encontramos, en su interior, con una exposición de "Belenes del mundo". Nacimientos llegados de todas partes del planeta, nos hicieron disfrutar un buen rato y cumplir con la tradición, en estas fechas, de ver Belenes. Pero más allá de la belleza de los mismos o de su originalidad, fue emocionante comprobar la "universalidad" de la fe, "la catolicidad" de nuestra religión. 
Dos cosas me llamaron poderosamente la atención y me han dado que pensar:
1. Grandes, pequeños, diminutos, con pastores, sin pastores, con ángel, sin ángel, con establos, en casas… Algo no varía: una familia. Ni siquiera es el Niño el único elemento común, no. Una familia, que es el centro de lo que aquella noche sucedió en Belén y que, a lo largo de los siglos, la cristiandad ha ido representando. Una familia, en cuyo seno, Dios ha decidido tomar parte en la vida de los hombres. Una familia como lugar privilegiado para nacer. No era suficiente nacer. No era suficiente María. ¿No es, desde ese instante, la familia, la institución más relevante de la humanidad? ¿No es, pues, merecedora de protección? ¿No es, pues, la familia de José, María y Jesús, el referente para toda familia? 
2. La Encarnación de Dios es concreta. No es algo espiritual o ajeno a los hombres y mujeres de la Tierra. Es algo concreto. Por eso, cada Belén es distinto: porque su concreción no puede ser igual. Un Belén del s. XVI no es igual que un Belén del s. XX y un Belén asiático no es igual a uno sudamericano. La Iglesia, el Pueblo de Dios, ha sabido entender la importancia de que esta concreción recoja la particularidad de cada persona, de cada pueblo, de cada circunstancia. Dios es el mismo para todos y, a la vez, su concreción es distinta para cada uno. Dios ama nuestras diferencias y las unifica en la diversidad. Precioso mensaje universal de Navidad.
Más de 2000 años después todavía estamos dándole vueltas al misterio de aquella Noche Santa. Más de 2000 años después, sigue habiendo noche, familia, niños, pobreza, necesidad de salvación y sed de buena noticia.


@scasanovam

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