Este
pasado fin de semana, mi mujer y yo disfrutamos de un tiempo de pareja en
tierras extremeñas. Gracias a que mis suegros aceptaron quedarse con los niños,
nosotros pudimos escaparnos un rato del agobio de Madrid y compartir juntos
momentos que, de otra manera, se tornan complicados. El destino fue Trujillo,
ciudad monumental y la segunda más visitada de toda Extremadura. Imperdible.
Pero también aprovechamos para visitar Cáceres, ciudad Patrimonio de la Humanidad.
Imperdible también.
Caminando por el casco antiguo de Cáceres, nos encontramos con la
Iglesia de S. Francisco Javier, un templo imponente, que llena de blanco el
empedrado y señorial entorno. Decidimos entrar y visitarla y nos encontramos,
en su interior, con una exposición de "Belenes del mundo".
Nacimientos llegados de todas partes del planeta, nos hicieron disfrutar un
buen rato y cumplir con la tradición, en estas fechas, de ver Belenes. Pero más
allá de la belleza de los mismos o de su originalidad, fue emocionante comprobar
la "universalidad" de la fe, "la catolicidad" de nuestra
religión.
Dos
cosas me llamaron poderosamente la atención y me han dado que pensar:
1.
Grandes, pequeños, diminutos, con pastores, sin pastores, con ángel, sin ángel,
con establos, en casas… Algo no varía: una familia. Ni siquiera es
el Niño el único elemento común, no. Una familia, que es el centro de lo que
aquella noche sucedió en Belén y que, a lo largo de los siglos, la cristiandad
ha ido representando. Una familia, en cuyo seno, Dios ha decidido tomar parte
en la vida de los hombres. Una familia como lugar privilegiado para nacer. No
era suficiente nacer. No era suficiente María. ¿No es, desde ese instante, la
familia, la institución más relevante de la humanidad? ¿No es, pues, merecedora
de protección? ¿No es, pues, la familia de José, María y Jesús, el referente
para toda familia?
2. La
Encarnación de Dios es concreta. No es algo espiritual o ajeno a los
hombres y mujeres de la Tierra. Es algo concreto. Por eso, cada Belén es
distinto: porque su concreción no puede ser igual. Un Belén del s. XVI no es
igual que un Belén del s. XX y un Belén asiático no es igual a uno
sudamericano. La Iglesia, el Pueblo de Dios, ha sabido entender la importancia
de que esta concreción recoja la particularidad de cada persona, de cada
pueblo, de cada circunstancia. Dios es el mismo para todos y, a la vez, su
concreción es distinta para cada uno. Dios ama nuestras diferencias y las
unifica en la diversidad. Precioso mensaje universal de Navidad.
Más
de 2000 años después todavía estamos dándole vueltas al misterio de aquella
Noche Santa. Más de 2000 años después, sigue habiendo noche, familia, niños,
pobreza, necesidad de salvación y sed de buena noticia.
@scasanovam
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