¿Te has imaginado cómo es vivir sin escuchar? Nos
acostumbramos a las voces de nuestros seres queridos y a escuchar a todo
volumen esa canción con la que nos enamoramos. Tres valientes nos cuentan sus
historias de vida como sordos y nos revelan que la felicidad también.
Escuchar y hacerse entender gracias a los movimientos
de las manos, de los ojos y del cuerpo en general. Caminar por calles atestadas
de ruido y de gente, pero andar en la calma absoluta que brinda el silencio
interior. Reconocer la alegría, la tristeza o el enojo
sin necesidad de las palabras y expresar estos sentimientos con estratégicos
movimientos de los dedos ágiles que forman palabras en el aire.
Y, ¿porque no?, Bailar al ritmo de una melodía las vibraciones que se sienten
en el piso, son solo algunas de las particularidades que viven las personas de
la comunidad sorda.
En Colombia hay cerca
de 150.000 personas con esta
condición, según los últimos datos arrojados en 2016, por el Ministerio de
Salud y el RLCPD*. De este porcentaje,
48 % corresponde a mujeres y 52 %
a hombres de todas las edades. A ellos quisimos rendirles un
homenaje, conocer sus historias, entender sus estrategias comunicativas para,
de alguna manera, saber cómo es vivir sin escuchar.
Camino al Instituto Nacional para Sordos para entrevistar a Edith, Luis Alberto
y Nataly, pensaba en qué era lo más difícil para ellos, cuáles eran las
situaciones a las que se enfrentaban, y me aterraba la simple idea de no
entenderlos y de no hacerme entender. Sin embargo, al conocerlos, al verlos
orgullosos y realizados dentro de su comunidad, entendí que su mayor dificultad
es que los oyentes aprendamos a comunicarnos con ellos para así dejar de lado
el concepto errado de la discapacidad y verlos como pares.
Tras este compartir aprendí mucho sobre la forma en que veo el mundo:
valoro aún más tener la posibilidad de evocar mi infancia recordando la voz de
mi abuela cantado en la cocina mientras nos preparaba galletas de mantequilla.
Momentos maravillosos como cuando mi esposo pronunció las palabras ‘¿quieres
casarte conmigo?’, relajarme con las risas de los niños en el parque y
reconocer el maullido de mi gata al llegar a casa.
Por: Cristina Morales
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