La
interacción social es el cimiento sobre el que se construyen la salud y la
felicidad humanas. La mudanza a la Universidad Ave María en
Naples, Florida, fue una experiencia perturbadora. En Vegas, donde habíamos
vivido durante tres años, nuestra familia estaba casi aislada por completo.
Teníamos unos cuantos amigos, pero apenas los veíamos.
De
hecho, la mayoría de mi interacción social se limitaba al personal de
nuestro supermercado local de Trader Joe’s. Como extrovertida que soy,
el asilamiento me resultaba agobiante, así que terminaba yendo a Trader Joe’s
casi todos los días (necesitáramos algo o no).
Sin
embargo, con el paso de los años me acostumbré a que la interacción social
sucediera bajo mis términos. Así que cuando nos mudamos a Ave María no estaba
preparada para cosas como vecinos que llamaban a la puerta por
la mañana o niños del vecindario correteando por nuestra casa.
Solo
hicieron falta unos pocos encuentros
incómodos para que aprendiera a ponerme el sujetador en cuanto
salía de la cama, pero fue necesario mucho más tiempo para acostumbrarme a las
interacciones sociales inesperadas.
Para la
mayoría de nosotros, esta es la
vida moderna.
La interacción social es algo
que tenemos que salir a buscar, no algo entrelazado con la vida diaria. Y las
personas se empiezan a dar cuenta de que eso es un problema enorme, porque la
soledad es más nociva para nuestra salud que la obesidad o el tabaco.
Hay un
movimiento creciente entre estadounidenses de todas las edades para crear
“comunidades intencionales” de varios tipos para reclamar la “aldea” que hemos perdido.
La revista Time describió hace poco algunas de
esas comunidades, incluyendo Commonspace, una
comunidad de “co-housing” compuesta
de apartamentos privados en torno a espacios comunes en dos plantas de un
edificio de oficinas restaurado.
“Hemos
evolucionado para depender de nuestras conexiones sociales”, explica el doctor
Vivek Murthy, antiguo cirujano general de Estados Unidos. “Durante miles de
años, esto se fue cocinando en nuestro sistema nervioso, tanto que, si nos
sentimos desconectados socialmente, eso nos coloca en un estado de estrés psicológico”.
Para cada una
de las comunidades, la relativa compacidad de la población crea el sentimiento
de unión. “Es imposible que conozcas a trescientas personas”, afirma Troy
Evans, promotor inmobiliario y cofundador de Commonspace en Syracusa. “Pero sí
puedes conocer a cincuenta. Lo que intentamos hacer en Commonspace es crear un
vecindario en un edificio”.
Estas comunidades intencionales pueden
parecer nuevas, pero en realidad es la misma antigua manera tradicional de
solucionar un problema nuevo, el de la desconexión social.
La vida
moderna ha posibilitado, quizás por primera vez en la historia, la
supervivencia sin depender de otros seres humanos. Pero el hecho de que
podamos, teóricamente, sobrevivir sin una aldea no significa que podamos vivir sin una. La interacción social
—especialmente del tipo diario, la inesperada— es el cimiento sobre el que se
construyen la salud y la felicidad humanas.
Aun
así, hace falta tiempo para acostumbrarse. Antes solía irritarme cuando alguien
llamaba a mi puerta sin avisar previamente, porque me parecía una intrusión,
pero ahora recibo la visita con agrado. Es bueno que te vean y que te
necesiten, y ver y necesitar a otras personas.
Algunos días
nadie llama a la puerta y no veo a mis vecinos cuando salgo o entro de casa, y
eso también está bien. Pero después de unos pocos días así seguidos, empiezo a
sentirme desequilibrada, invisible.
Mis vecinos me mantienen los pies en la tierra y
conectada (y vestida por completo en todo momento, muchas gracias) y yo hago
lo mismo por ellos. De esto va lo de ser seres
humanos.
aleteia
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