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martes, 19 de diciembre de 2017

Soledad: una vieja forma de resolver este problema contemporáneo.

La interacción social es el cimiento sobre el que se construyen la salud y la felicidad humanas. La mudanza a la Universidad Ave María en Naples, Florida, fue una experiencia perturbadora. En Vegas, donde habíamos vivido durante tres años, nuestra familia estaba casi aislada por completo. Teníamos unos cuantos amigos, pero apenas los veíamos.
De hecho, la mayoría de mi interacción social se limitaba al personal de nuestro supermercado local de Trader Joe’s. Como extrovertida que soy, el asilamiento me resultaba agobiante, así que terminaba yendo a Trader Joe’s casi todos los días (necesitáramos algo o no).
Sin embargo, con el paso de los años me acostumbré a que la interacción social sucediera bajo mis términos. Así que cuando nos mudamos a Ave María no estaba preparada para cosas como vecinos que llamaban a la puerta por la mañana o niños del vecindario correteando por nuestra casa.
Solo hicieron falta unos pocos encuentros incómodos para que aprendiera a ponerme el sujetador en cuanto salía de la cama, pero fue necesario mucho más tiempo para acostumbrarme a las interacciones sociales inesperadas.
Para la mayoría de nosotros, esta es la vida moderna.
La interacción social es algo que tenemos que salir a buscar, no algo entrelazado con la vida diaria. Y las personas se empiezan a dar cuenta de que eso es un problema enorme, porque la soledad es más nociva para nuestra salud que la obesidad o el tabaco.
Hay un movimiento creciente entre estadounidenses de todas las edades para crear “comunidades intencionales” de varios tipos para reclamar la “aldea” que hemos perdido.
La revista Time describió hace poco algunas de esas comunidades, incluyendo Commonspace, una comunidad de “co-housing” compuesta de apartamentos privados en torno a espacios comunes en dos plantas de un edificio de oficinas restaurado.
“Hemos evolucionado para depender de nuestras conexiones sociales”, explica el doctor Vivek Murthy, antiguo cirujano general de Estados Unidos. “Durante miles de años, esto se fue cocinando en nuestro sistema nervioso, tanto que, si nos sentimos desconectados socialmente, eso nos coloca en un estado de estrés psicológico”.
Para cada una de las comunidades, la relativa compacidad de la población crea el sentimiento de unión. “Es imposible que conozcas a trescientas personas”, afirma Troy Evans, promotor inmobiliario y cofundador de Commonspace en Syracusa. “Pero sí puedes conocer a cincuenta. Lo que intentamos hacer en Commonspace es crear un vecindario en un edificio”.
Estas comunidades intencionales pueden parecer nuevas, pero en realidad es la misma antigua manera tradicional de solucionar un problema nuevo, el de la desconexión social.
La vida moderna ha posibilitado, quizás por primera vez en la historia, la supervivencia sin depender de otros seres humanos. Pero el hecho de que podamos, teóricamente, sobrevivir sin una aldea no significa que podamos vivir sin una. La interacción social —especialmente del tipo diario, la inesperada— es el cimiento sobre el que se construyen la salud y la felicidad humanas.
Aun así, hace falta tiempo para acostumbrarse. Antes solía irritarme cuando alguien llamaba a mi puerta sin avisar previamente, porque me parecía una intrusión, pero ahora recibo la visita con agrado. Es bueno que te vean y que te necesiten, y ver y necesitar a otras personas.
Algunos días nadie llama a la puerta y no veo a mis vecinos cuando salgo o entro de casa, y eso también está bien. Pero después de unos pocos días así seguidos, empiezo a sentirme desequilibrada, invisible.
Mis vecinos me mantienen los pies en la tierra y conectada (y vestida por completo en todo momento, muchas gracias) y yo hago lo mismo por ellos. De esto va lo de ser seres humanos.



aleteia

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