¿Será
que de verdad debemos devolver todos los favores que recibimos?
¿Por qué será que cuando alguien tiene una atención con
nosotros, nos hace un regalo, se ofrece a hacernos un favor -o
nos lo hace sin nosotros pedírselo- o nos extiende una invitación se
nos genera de forma automática la sensación de tener una deuda moral
con esa persona? Esa
sensación interior se debe a una regla -la de reciprocidad- y
la cual cuando la practicamos desde el amor y la gratuidad puede
ir generando vínculos sólidos en nuestras relaciones humanas.
Devolver
el favor
Es
muy importante ser conscientes de que cuando se nos presente la oportunidad de
devolver el favor -algunas veces podremos buscarla- , no lo hagamos por ego, ni
por soberbia, ni por querer “quedar bien” con la otra persona, ni por el “qué
dirán”, ni por querer liberarnos de la famosa “deuda moral” … Devuelve el favor
por un amor, es decir, movido por el espíritu que nos invita a extender nuestra
mano para hacer el bien. Sirve al otro como un acto de sincera gratitud.
Hacer
un favor
Se
supone que cuando hacemos algo por alguien más, como darle un regalo o a
invitarle, lo hacemos con el pensamiento y la firme convicción de no esperar
recibir nada a cambio. Ese es el verdadero amor: el que da sin esperar nada.
Es
decir, damos porque se nos pega la gana hacerlo, porque eso que estamos dando
es de lo que está lleno nuestro corazón: de bondad, alegría, gozo y felicidad y
deseamos compartirlo con la otra persona.
Favor
no siempre se paga con favor
El
amor no desilusiona, lo que desilusiona son las expectativas. Favor no siempre
se paga con favor, y no pasa nada.
Por
lo mismo, repito: hay que dar con la firme consciencia de no esperar recibir.
Es verdad, a lo largo de la vida se nos puede presentar la oportunidad de pedir
auxilio o algún tipo de favor a ese que en su momento invitamos, ayudamos,
servimos, etc. y nos encontramos con que esa persona no puede -o no quiere-
hacerlo.
En
este tipo de situaciones si dejamos que nuestro cerebro reptiliano se apodere
de nosotros mal vamos porque, de inmediato, haremos conjeturas y nos podemos
llenar de amargura, rencor y no vale la pena el desgaste.
Mejor
cambiemos de actitud y pensemos en positivo. No conocemos las circunstancias
reales de esa persona y seguramente si en este momento no puede ayudarnos no es
porque nos ame menos, sino porque de verdad no tiene la capacidad de hacerlo.
Siempre hay
que apostar por pensar bien y recordar que el amar y el servir también son
capacidades que hay que nutrir y cultivar a diario. No todas las personas han
caído en cuenta de eso, por lo tanto, no las tienen tan desarrolladas.
Es cierto,
cuando una persona de verdad desea ayudarnos moverá cielo, mar y tierra para
hacerlo. Quizá no lo haga exactamente como se lo hemos solicitado, pero si de
una forma que nos hará sentir importantes. Muchas veces bastará una sola
palabra de alivio hacia nosotros para recibir ese auxilio.
¿Y cuándo no podemos pagar el favor?
Muchas veces
se nos harán invitaciones o regalos que no podremos devolver. Si son
obsequios que no comprometen nuestra dignidad, recibamoslo con amor.
Hay que
trabajar en esto, en sabernos -desde la humildad- merecedores
de recibir, de sentirnos amados de manera incondicional.
Cuando
nosotros les permitimos a los demás que nos “regalen” su amor por medio de su
servicio, de sus invitaciones y demás ayudamos que a ellos lleguen lluvias de
bendiciones del cielo.
Por lo tanto,
hagamos a nuestro ego morir para crecer en humildad. Permitamos recibir de los
demás sin sentir vergüenza alguna, sin sentirnos no merecedores o que debamos
pagar el favor. Pareciera lo contrario, pero para recibir también se requiere de mucha humildad.
Hay que
mantener la regla de reciprocidad lo
más sana posible. Es decir, no involucrar intereses personales egoístas que
pretendan usar al otro para sacarle favores -conveniencia-.
Procuremos
que al dar vayamos con la conciencia de que lo estamos haciendo es por un acto
de profundo amor y con la convicción de que quizá el otro no tendrá la
oportunidad de regresarnos el favor.
Así es, quizá
la persona no, pero como la vida no se queda con nada, todos los favores que
nosotros hacemos de alguna manera se nos regresan en
bendiciones de Dios. Claro, siempre y cuando estos vayan con rectitud de intención.
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