Primero que las bolas fue el árbol.
Bendita mala cosecha, ya lo verán...
Los romanos adornaban sus casas con
ramas de abeto para conmemorar al dios Juno, cosa que hacían en el solsticio de
invierno. Ya en el período cristiano, las ramas de abeto dieron lugar a todo el
árbol, árboles navideños que recordaban los árboles del paraíso, y que estaban
en coros de iglesias, pero también en los hogares. A los árboles se les
fueron agregando elementos, como por ejemplo la manzana roja que recordaba la
manzana del pecado, también hostias no consagradas, dulces, etc.
Pero ocurrió que un día, en el invierno
de 1858, en la ciudad de la Lorena francesa de Goetzenbruck, la cosecha de
manzanas fue muy pobre y con ello los árboles navideños no pudieron ver así sus
ramas decoradas. Bendita mala cosecha, ya lo verán.
Pues ocurría también que era
Goetzenbruck lugar de sopladores de vidrio. Desde 1721 existía allí una fábrica
de vidrio especializada en la elaboración de vidrio para relojes, fábrica que
dio origen a cristalerías más pequeñas. Pues resulta que cuando
acabaron las manzanas, un vidriero hoy desconocido quiso consolar a los niños
con algo que resultó más lindo que el bello fruto rojo: el inspirado vidriero
tomó un pedazo de vidrio, lo sopló (técnica usada entonces, y aún hoy en día en
muchos lugares) y formó la primera linda y germinativa bola de navidad.
La gran fábrica de vidrio encontró que
la idea, además de bella, podría ser comercial, y rápidamente comenzó una
producción que llegó hasta las 250.000 bolas por año. Hoy, a pesar de la producción industrial
de las bolitas de Navidad, aún es apreciada la fábrica de bolas artesanales y
originales. En esa región, en Meisenthal, una
fábrica de vidrio de horno abrió su producción en 1999 para la producción de
bolas de Navidad.
Fuente:
es.gaudiumpress.org
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