Felicidad y dinero
En una entrevista a la multimillonaria Barbara Hutton, un
periodista se dirigió a ella comenzando con la típica frase hecha: Aunque sabemos que el dinero no da la felicidad,
díganos, por favor.... La entrevistada no le
dejó terminar: Oiga, joven, ¿pero ¿quién
le ha dicho a usted esa tontería? .
Aunque haya infinidad de dichos populares que sostienen que
el dinero no asegura nada, es frecuente ver que luego en la vida práctica son
pocos los que se lo creen. La respuesta de aquella mujer, y lo cortado que debió
quedarse el entrevistador, son un buen reflejo de ello. Es evidente que una persona con semejante fortuna recibiría
como una catástrofe un empeoramiento de su situación económica. Igual que un
mendigo recibiría con gran satisfacción cualquier mejora sustanciosa en su
nivel de vida.
¿Influye mucho entonces el dinero en la felicidad? Durante
más de diez años, un nutrido equipo de investigadores norteamericanos dirigido
por David Myers y Ed Diener ha intentado arrojar alguna nueva luz sobre esta
cuestión a través de amplios estudios estadísticos. Desde el principio se propusieron no fijarse sólo en las sensaciones
subjetivas de felicidad que tenían los encuestados, sino también en el juicio
que merecían ante los demás. Este enfoque les facilitó una de sus primeras
conclusiones: casi todos los que se sentían felices también lo eran a los ojos
de sus más íntimos amigos, de sus familiares y de los propios psicólogos que
les interrogaban.
Pronto comprobaron también, con cierto asombro, que la
impresión personal de felicidad está distribuida de modo bastante homogéneo en
casi todas las edades, niveles de ingresos económicos o de titulación
académica, y tampoco se ve afectada de modo significativo por la raza o el
sexo. Por ejemplo, sólo encontraron una cierta relación entre ingresos
económicos y sensación de felicidad en algunos países muy pobres, como la India
o Bangladesh; en los demás casos, solía ser incluso ligeramente más frecuente
lo contrario.
La investigación concluía señalando una serie de rasgos de
carácter que parecen comunes a casi todas las personas que se sienten felices:
la persona feliz es cordial y optimista, tiene un elevado control sobre ella
misma, posee un profundo sentido ético y goza de una alta autoestima. Aunque es
difícil saber en qué medida esos rasgos de carácter contribuyen a la felicidad
o son más bien parte de sus efectos, sí podemos concluir con Myers y Diener en
destacar la gran importancia que para toda persona tiene su mejora personal. Aunque la ilusión legítima de muchas personas sea que les toque la
primitiva, o el sorteo de la ONCE, o el gordo de Navidad y en España las cantidades que se invierten en
esto son enormes, la realidad es que
luego se comprueba que aquellos a quienes les ha tocado la lotería no son, al
poco tiempo, más felices que antes. Otro dato ilustrativo es que las encuestas
realizadas en países en etapas de gran crecimiento económico tampoco ofrecen
las diferencias esperadas en el sentimiento de bienestar subjetivo de la
población.
Podría decirse que una vez se tienen resueltas las
necesidades básicas, cada uno tiende a adaptarse al nivel económico que tiene,
y su felicidad apenas depende del nivel en que está situado. Es verdad que una
mejora de nivel económico suele repercutir en el sentimiento de felicidad, pero
esa impresión suele durar poco. De manera análoga, un empeoramiento de ese
nivel suele producir una cierta infelicidad (en ese caso, además, los efectos
suelen ser algo más duraderos), pero con el tiempo suele aceptarse y se acaba
llegando a reconocer y disfrutar lo que antes apenas se valoraba.
En general, el dinero no parece colaborar mucho a sentirse
feliz de modo estable. Tampoco la fama suele aportar mucho por sí misma (es
más, hay que ser muy maduro emocionalmente para saber digerir de forma adecuada
el encumbramiento). Tener un gran talento, o muy buena salud, o un gran
atractivo físico, tampoco puede considerarse el eje de la felicidad:
indudablemente pueden favorecerla, y crear un clima propicio para sentirse
feliz, pero no siempre es así, ni mucho menos.
Como escribió Séneca, todos los hombres quieren ser felices, lo difícil es saber lo que hace feliz la vida. Hay que acertar en esa búsqueda, pues quien no
lo hace se pasa la vida esperando un mañana que nunca llega.
catolica.net
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